
Alfonso Pérez Cebrian, doctor por la Universidad de Zaragoza en Ingeniería de Diseño y Fabricación, con formación en rehabilitación, patología y tecnología de la edificación. Arquitecto Técnico e Ingeniero de Edificación con experiencia en proyectos de recuperación y gestión constructiva.

Guillermo Montaner Frutos, arquitecto por la ETSAM, especializado en dirección de proyectos singulares, planificación estratégica, eficiencia energética y BIM. Ha trabajado en proyectos nacionales e internacionales y es jefe de la Oficina Técnica de Expo Zaragoza Empresar
El cambio climático ha convertido a las ciudades en epicentros de vulnerabilidad. La densificación urbana, la reducción de espacios verdes y la proliferación de superficies duras han intensificado el efecto isla de calor, con diferencias de hasta 8,5 °C entre el centro de Madrid y su periferia. Esta realidad incrementa el consumo energético en climatización, generando un círculo vicioso de calor y emisiones.
Frente a este escenario, la incorporación de vegetación en edificios y espacios públicos deja de ser una opción estética para convertirse en infraestructura esencial. Fachadas verdes, cubiertas ajardinadas y arbolado urbano aportan beneficios térmicos, acústicos, ecológicos y sociales que están transformando la planificación urbana en todo el mundo.
Relación entre arquitectura y vegetación
El vínculo entre arquitectura y vegetación ha sido constante a lo largo de la historia, aunque con intensidades variables. Durante siglos, los jardines interiores y huertos urbanos fueron parte fundamental de los tejidos históricos, proporcionando sombra, frescor y un microclima beneficioso. Sin embargo, con la industrialización y el crecimiento acelerado de las ciudades, este equilibrio se rompió.
La densificación urbana del siglo XIX y XX sustituyó zonas verdes por superficies duras y asfaltadas, alterando el microclima. La desaparición de huertos, jardines de manzana o bulevares arbolados dio lugar a un entorno urbano más inhóspito, en el que el tráfico rodado y las infraestructuras ocuparon progresivamente el espacio público.
Los higienistas ya habían señalado, a finales del siglo XIX, la importancia de la vegetación para la salud colectiva, vinculándola con la pureza del aire y la ventilación natural. Sin embargo, la prioridad se centró en las grandes infraestructuras de saneamiento y abastecimiento, relegando la creación de un ecosistema natural urbano coherente.
El contraste queda reflejado en imágenes históricas como la Plaza de España y el Paseo de Independencia de Zaragoza: en 1920, se mostraban como espacios densamente arbolados, mientras que en 1970 aparecían transformados en plazas duras, con mínima presencia vegetal (Fig. 1). Este cambio simboliza la pérdida de continuidad de los sistemas verdes urbanos.


Figura 1: Plaza de España y Paseo de Independencia de Zaragoza. (a) año 1920 y (b) año 1970.
El resultado fue un urbanismo que, aunque integraba zonas ajardinadas, lo hacía bajo criterios de cuota y ornamento más que como estrategia climática. La vegetación se concebía como un complemento, no como un sistema regulador de temperatura, humedad y confort ambiental.
Hoy, el reto es revertir esta tendencia. La incorporación de cubiertas verdes y fachadas vegetales permite dar continuidad a los espacios naturales dentro de tramas consolidadas, generando corredores ecológicos urbanos. De este modo, la vegetación no solo recupera su función estética, sino que se integra como infraestructura ambiental y energética.
Cubiertas verdes: tipologías y beneficios
Las cubiertas verdes son una de las estrategias más extendidas (Fig. 2). Se clasifican en extensivas, semi-intensivas e intensivas, según el espesor del sustrato y el tipo de vegetación.
- Extensivas: ligeras, de bajo mantenimiento, ideales para obra nueva.
- Semi-intensivas: permiten vegetación de mayor porte y retienen más agua pluvial.
- Intensivas: auténticos jardines sobre cubierta, con gran capacidad de aislamiento térmico, pero requieren estructuras reforzadas.
En verano, una cubierta verde puede reducir la temperatura del interior hasta en 12 °C; en invierno, actúa como aislante. Estudios en Madrid y Kassel demuestran ahorros de hasta un 75 % en climatización. Además, mejoran el rendimiento de los paneles fotovoltaicos hasta un 16 %.

Figura 2: Cubierta verde como elemento integrador con el entorno. Fuente: ProAlt ingeniería.
Fachadas verdes: barreras vivas contra el calor
Las fachadas vegetales funcionan como barreras biológicas que bloquean la radiación solar y favorecen la evapotranspiración, reduciendo la temperatura del aire hasta 7 °C respecto a una fachada ventilada (Fig. 3).
Su impacto no se limita a lo energético: actúan como aislantes acústicos, filtros de partículas contaminantes y generadores de biodiversidad. En ciudades densas como París, los jardines verticales han surgido como solución para suplir la falta de espacio horizontal.


Figura 3: Sistema de piel verde en crecimiento. Fuente: www.tectonica.es
Ciudades pioneras
Ejemplos de éxito en la incorporación de vegetación a gran escala ya se observan en diferentes contextos:
- Chicago: desde 2001 ha convertido las cubiertas verdes en seña de identidad. En el Ayuntamiento se registraron diferencias de hasta 19 °C entre una azotea ajardinada y otra convencional (Fig. 4).
- Toronto: su normativa de 2010 ha generado más de 1,2 millones de m² de techos verdes en solo dos años.
- Copenhague: obliga a instalar cubiertas vegetales en edificios con menos del 30º de pendiente.
- París: impulsa la vegetación vertical con apoyo institucional y mantenimiento público.

Figura 4: Edificio del Ayuntamiento de Chicago y del Condado de Cook. Fuente https://wwf.panda.org/?204400/Chicago
Más allá del ahorro energético
La vegetación urbana ofrece múltiples beneficios:
- Ambientales: absorción de CO₂, retención de partículas contaminantes, gestión de aguas pluviales.
- Sociales: reducción del estrés y mejora del bienestar psicológico, como demuestran proyectos icónicos como el jardín interior del CaixaForum Valencia.
- Ecológicos: creación de hábitats y corredores verdes para la biodiversidad.
En ciudades como Chicago o Augustenborg, las cubiertas verdes incluso se aprovechan para la apicultura urbana, fomentando la polinización (Fig. 5).

Figura 5: Colmena en la cubierta de edificio. Fuente: C. Otto, “Cuando construcción y naturaleza van de la mano”. Cercha núm. 157
Conclusión
La vegetación urbana debe dejar de considerarse un adorno y asumirse como infraestructura clave para la transición ecológica de las ciudades. Su impacto en el confort climático, el ahorro energético y la salud ciudadana justifica su incorporación en normativas urbanísticas y de edificación.
Integrar cubiertas y fachadas verdes no es un lujo arquitectónico, sino una necesidad frente al cambio climático. Los ejemplos internacionales muestran que con regulación y apoyo técnico-económico, es posible transformar las ciudades en ecosistemas resilientes y sostenibles.
Este artículo está basado en la ponencia presentada por los autores en Contart de 2024
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