Toni Solanas i Cànovas, arquitecto
En 1896, el científico sueco Svante Arrhenius ya advirtió que la quema de combustibles fósiles podía provocar un aumento del CO₂ en la atmósfera. En 1988, James Hansen, climatólogo de la NASA, compareció ante el Congreso de EE.UU. para alertar del calentamiento global. Décadas después, pese a múltiples cumbres, protocolos y compromisos —de Río de Janeiro en 1992 a Madrid en 2019 (COP25)— seguimos sin una acción climática eficaz. ¿Por qué cuesta tanto reaccionar ante una amenaza tan clara?
La respuesta no es sencilla, pero apunta a tres factores: el desconocimiento generalizado de las causas del cambio climático, la inercia que nos lleva a seguir haciendo las cosas como siempre y los intereses económicos que se resisten al cambio. Mientras tanto, el sector de la edificación sigue jugando un papel clave en esta crisis.
Una verdad poco conocida es que rehabilitar es más sostenible que construir de nuevo, incluso si el nuevo edificio es muy eficiente. ¿Por qué? Porque construir implica nuevos materiales, nuevas emisiones y mayor impacto ambiental. Rehabilitar, en cambio, puede reducir de forma significativa el consumo energético de un edificio existente y, con ello, sus emisiones, disminuyendo el balance global de CO₂.
Energía gris y materiales: la cara oculta de la sostenibilidad
Otro concepto fundamental es la energía gris, es decir, la energía necesaria para fabricar, transportar y montar los materiales de construcción. Aquí el desconocimiento es profundo. Sabemos lo que consume un coche porque hay normativa al respecto, pero ¿sabemos cuánto CO₂ se emite al fabricar una tonelada de cemento o de acero?
Los datos son reveladores: la aviación representa el 3 % de las emisiones globales, pero la producción de cemento y acero, materiales fundamentales en la construcción, alcanza el 8 %. ¿Significa esto que debemos dejar de construir? No, pero sí repensar los modelos. La madera estructural, con gestión forestal sostenible, se perfila como el material del siglo XXI. Tiene menor impacto ambiental, es renovable y ya hay ejemplos en todo el mundo de edificios en altura construidos con ella.
Eso sí, debemos desterrar falsas creencias: que no hay suficiente madera o que no se puede construir en altura con ella. Ambas afirmaciones son incorrectas. Tampoco se trata de sustituirlo todo por madera, sino de aplicar soluciones mixtas, evaluar cada caso, medir impactos y compensar donde sea necesario.
Riesgos invisibles para la salud: percepción y realidad
En enero de 2020, la explosión en la petroquímica de Tarragona conmocionó al país y ocupó las portadas de todos los medios. Tres muertos, varios heridos y una pregunta en el aire: ¿qué respiraron los vecinos? La reacción es comprensible, pero surge una cuestión inevitable: ¿por qué no nos conmueven del mismo modo las 10.000 muertes anuales en España provocadas por la contaminación del aire, según el CSIC?
La respuesta tiene que ver con cómo percibimos los riesgos. Los accidentes son inmediatos, visibles, generan imágenes espectaculares. La contaminación o los efectos de los materiales tóxicos, en cambio, son silenciosos y a largo plazo. No se ven, no ocupan portadas y, por tanto, no mueven decisiones políticas ni comportamientos ciudadanos.
El ejemplo del automóvil es paradigmático: nadie discute la obligación del cinturón de seguridad, pero muchos protestan cuando un ayuntamiento limita el acceso de vehículos contaminantes al centro. En Barcelona se ha declarado la emergencia climática, pero ¿cuántas ciudades han tomado medidas coherentes con ese diagnóstico?
Tecnología, normativa y edificios enfermos
A lo largo de la historia, muchos avances tecnológicos se han adoptado sin evaluar adecuadamente sus efectos secundarios. Desde el DDT hasta el amianto o el plomo en las tuberías, la lista es larga. Después, la controversia se trasladó a las redes 5G, cuya inocuidad no está probada. La OMS clasifica los campos electromagnéticos como posiblemente cancerígenos, pero se siguen desplegando sin estudios longitudinales en grupos de riesgo como niños o embarazadas.
En arquitectura, la cuestión no es menor. Existen edificios que cumplen con la normativa, pero generan patologías como la lipoatrofia semicircular, relacionada con campos eléctricos y materiales sintéticos. Este tipo de casos —como el de una guardería en Barcelona donde los síntomas reaparecieron tras la reapertura— evidencian que la normativa no siempre garantiza la salud.
La evolución hacia edificios más herméticos, más tecnificados y llenos de materiales sintéticos puede estar afectando a la salud de los usuarios. La calidad del aire interior, la ventilación, la relación entre campos electromagnéticos y materiales, la iluminación natural… todo esto debería formar parte del proyecto arquitectónico.
Un cambio necesario
Necesitamos más conocimiento, pero sobre todo más conciencia. Porque el acceso a la información ya no es el problema: existen herramientas de evaluación ambiental, bases de datos sobre toxicidad de materiales, guías de diseño saludable, normativas emergentes y una creciente oferta de formación especializada. Lo que falta, en muchos casos, es voluntad de actuar.
La sostenibilidad no es una opción estética ni una estrategia de marketing; es una exigencia ética frente a la crisis climática. Y la salud no es un efecto colateral del diseño, sino una condición inherente a la arquitectura que queremos para vivir, trabajar y aprender.
Hoy, más que nunca, la arquitectura tiene el poder —y la responsabilidad— de trabajar en favor de ambas. No solo porque puede hacerlo, sino porque debe hacerlo.
Creador: Simon Garcia
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