Por Rita Gasalla, presidenta del Observatorio de Arquitectura Saludable
Más allá de lo estético y funcional, la arquitectura desempeña un papel fundamental en la salud y el bienestar de las personas. Como disciplina que moldea los espacios en los que vivimos, trabajamos y nos relacionamos, tiene el poder de prevenir enfermedades, fomentar estilos de vida saludables y convertirse en un pilar clave en las estrategias de salud pública. El artículo 43 de la Constitución Española reconoce el derecho a la protección de la salud, delegando en los poderes públicos la responsabilidad de tutelar este derecho mediante acciones preventivas y servicios adecuados. En este contexto, la arquitectura saludable se convierte en una herramienta tangible para hacer realidad este mandato constitucional
Una responsabilidad ética y profesional
Los arquitectos, como creadores del entorno construido, tenemos la responsabilidad ética de diseñar espacios que promuevan la salud pública. Cada decisión en un proyecto arquitectónico puede afectar positiva o negativamente la salud física y mental de quienes lo habitan. Por ello, es esencial una colaboración activa entre arquitectos y profesionales de la salud para diseñar espacios que no solo respondan a necesidades funcionales, sino que también se conviertan en aliados del bienestar.
La historia demuestra que esta relación no es nueva. Desde las primeras civilizaciones, la arquitectura ha respondido a las preocupaciones sanitarias de su época: sistemas de drenaje en Egipto, espacios sociales saludables en Grecia y Roma, y las reformas higienistas de las ciudades europeas del siglo XIX en respuesta a las epidemias de cólera Revolución Industrial. Más recientemente, el Movimiento Moderno del siglo XX priorizó la ventilación y el soleamiento como elementos clave en la lucha contra enfermedades como la tuberculosis.
Sin embargo, la mayoría de estas intervenciones han sido reactivas, diseñadas para mitigar problemas existentes. Hoy, ante retos contemporáneos como el cambio climático, el envejecimiento poblacional, el sedentarismo y las enfermedades mentales, es urgente adoptar un enfoque proactivo: una arquitectura que actúe como medicina preventiva.
Arquitectura saludable: una visión integral
El concepto de arquitectura saludable responde a un enfoque holístico. Ya no basta con evitar enfermedades: se trata de diseñar entornos que fomenten activamente el bienestar físico, mental y social. Esto implica incorporar indicadores como la calidad del aire interior, la toxicidad de los materiales, la calidad de la luz, el confort térmico y acústico, la ergonomía, la integración de la naturaleza y las vistas, el control de las radiaciones electromagnéticas e incluso la elección de los colores y proporciones adecuadas para promover el bienestar mental.
Además, se introduce el concepto de “arquitectura de elección”, inspirado en la economía conductual. Mediante el diseño, podemos influir en las decisiones de los usuarios para favorecer hábitos saludables. Por ejemplo, ubicar escaleras en lugares visibles, accesibles y atractivos puede fomentar su uso frente al ascensor, contribuyendo a combatir el sedentarismo.
Neuroarquitectura: neurociencia aplicada a la arquitectura
La Neuroarquitectura representa una nueva frontera del diseño: un enfoque científico que estudia cómo los entornos físicos influyen en el cerebro humano, el comportamiento y las emociones. Al aplicar estos conocimientos, podemos crear espacios que potencien capacidades cognitivas, reduzcan el estrés o mejoren la salud mental.
Desde viviendas adaptadas para personas con demencia, hasta hogares pensados para niños con autismo o personas con epilepsia, existen ya numerosos ejemplos que muestran cómo el diseño puede mejorar la calidad de vida. Esta arquitectura humanista y basada en la evidencia es una poderosa herramienta al servicio de la inclusión y el bienestar.
Urbanismo y salud: un desafío global
Según la OMS, pasamos el 90% del tiempo en espacios cerrados, y alrededor del 30% de los edificios presentan condiciones perjudiciales para la salud. Además, la ONU prevé que en 2050 el 70% de la población mundial vivirá en entornos urbanos. Estos datos subrayan la urgencia de repensar nuestras ciudades bajo una óptica de salud y sostenibilidad.
Las enfermedades no transmisibles (cardiopatías, diabetes, cáncer, trastornos respiratorios…) causan 41 millones de muertes al año, lo que equivale al 74% de las muertes globales. Muchas de ellas están relacionadas con el entorno y el estilo de vida, lo que convierte al diseño urbano y arquitectónico en un factor clave para su prevención.
Promover espacios saludables no solo mejora la calidad de vida, también reduce la presión sobre los sistemas sanitarios y mejora la productividad. La inversión en entornos que cuidan la salud es una medida rentable, sostenible y socialmente justa.
Arquitectos como agentes de cambio
Diversas iniciativas respaldan este enfoque. La OMS impulsa programas como Ciudades Saludables, y en España contamos con la Red Española de Ciudades Saludables, en colaboración con el Ministerio de Sanidad. Su objetivo: fomentar entornos urbanos que protejan y mejoren la salud de sus ciudadanos.
Los arquitectos debemos asumir un papel protagónico como agentes transformadores. Contamos con referentes como Richard Neutra, Esther Sternberg o John Zeisel, quienes han investigado y aplicado principios de diseño centrados en el bienestar humano. También destacan estudios contemporáneos que demuestran cómo un entorno adecuado puede mejorar el estado cognitivo y emocional de personas con Alzheimer, entre otras condiciones.
Desde la Universidad de Harvard, Joseph G. Allen propone los “9 principios de un edificio saludable”, abordando aspectos como la ventilación, la calidad del aire, el confort térmico y lumínico. Investigadores como Gary W. Evans, Rachel Kaplan y Nikos Salingaros aportan evidencias sobre cómo el entorno físico incide directamente en el estrés, la productividad y la salud mental.
Un nuevo paradigma
La arquitectura centrada en el bienestar es hoy una necesidad ineludible ante los desafíos sanitarios y sociales del siglo XXI. Debemos diseñar espacios que pongan al ser humano en el centro, que sean inclusivos, accesibles, sostenibles y saludables.