Volcanista, activista y divulgadora, Anne Fornier lleva más de 25 años dedicada a estudiar y mitigar el riesgo volcánico. Fundadora de la Volcano Active Foundation y coautora del libro Volcanique, su visión pone el foco en la educación, la anticipación y la planificación urbana como herramientas clave para la prevención de desastres. En esta conversación con Construnews, defiende una mayor integración entre ciencia, arquitectura y políticas públicas.

Entrevista a Anne Fornier Founder Volcano Active Foundation. Disaster Risk Reduction and Resilience Strategies. Author of the book VOLCANIQUE (edition Bold). Co-founder Institute of Ecosystem-related impacts Research
Indonesia reutiliza materiales destruidos como piedra volcánica o madera tras una catástrofe natural para reconstruir, aplicando principios de economía circular adaptados al riesgo.
La fundación de un compromiso
“Mi conexión con los volcanes empezó desde la geografía y la glaciología. Pero fue en América Latina, viviendo cerca de un volcán, cuando comprendí que la ciencia debía estar al servicio de la gente”, recuerda Fornier. La Volcano Active Foundation nació precisamente para cubrir ese vacío entre el conocimiento técnico y la acción preventiva sobre el terreno. “Descubrí que muchos volcanes no tienen sistemas de vigilancia adecuados. Algunos solo cuentan con tres científicos. No es suficiente.”
Su experiencia abarca más de 30 erupciones vividas in situ y una visión global sobre las diferencias entre continentes. “No hay dos volcanes iguales, ni dos contextos territoriales comparables. Pretender modelar soluciones homogéneas para riesgos complejos es un error. Cada suelo, cada ciudad, cada geografía requiere una estrategia propia”.
El papel (invisible) de la arquitectura.
Para Fornier, el urbanismo y la construcción deben formar parte activa de la gestión del riesgo: “Los arquitectos no reciben la información científica adecuada. Muchos documentos de normativa quedan guardados en cajones ministeriales. No hay divulgación efectiva ni entre instituciones ni hacia los profesionales de la edificación.”
Señala que esta desconexión se agrava por la falta de formación específica en riesgos naturales en las escuelas de arquitectura. “No se trata solo de diseñar bien, sino de saber dónde, cómo y con qué materiales construir. Las zonas de riesgo requieren un pensamiento adaptativo y colaborativo, no recetas genéricas.”
Tsunamis y resiliencia urbana.
Una de sus alertas recientes apunta al riesgo sísmico y de tsunami en la falla de Averroes, frente al Mediterráneo español. “España ha reaccionado tarde, muy por detrás de países como Francia o Italia”, advierte. “Necesitamos mapear con detalle las zonas vulnerables y construir sistemas de alerta, pero también definir protocolos urbanos y constructivos adaptados al riesgo real.” Fornier propone la creación de gabinetes locales, con presencia de cinco perfiles distintos: un científico especialista en el fenómeno, un urbanista o arquitecto, un economista, un experto social y un planificador del riesgo. “Juntos, pueden modelar escenarios específicos y definir cómo actuar antes, durante y después del desastre”.
Cambio climático y riesgos compuestos
Fornier insiste en que fenómenos extremos como la DANA o el temporal Gloria en la costa mediterránea son señales claras de una tendencia que se acentuará. “Los riesgos van a amplificarse. No podemos abordarlos solo desde la ciencia o la ingeniería. Hay que crear células locales de resiliencia, con profesionales diversos que dialoguen y actúen juntos antes de la emergencia.” La experta propone también formar a la ciudadanía desde la infancia: “Un niño educado en la comprensión del riesgo crecerá más preparado, con menos impacto traumático ante la emergencia. Hay que normalizar el conocimiento del riesgo desde la escuela”.
El hogar como primera línea de defensa
Desde el Institute of Ecosystem-related Impacts Research, del que es cofundadora, Fornier subraya el papel clave del sector de la construcción: “Vosotros sois la clave. La arquitectura y el urbanismo son las herramientas más eficaces para mitigar el riesgo. Lo vimos en Turquía: un terremoto más débil en Brasil no causó víctimas por falta de urbanización. Pero en Turquía, con un sistema corrupto, fueron más de 50.000 muertos.” Para ella, las decisiones de dónde se construye y cómo se construye no solo salvan vidas, sino que determinan la capacidad de recuperación económica tras el desastre: “La vivienda es también una infraestructura psicológica. Un hogar seguro reduce el trauma y acelera la vuelta a la normalidad”.
Economía circular post-catástrofe
Como ejemplo inspirador, cita el modelo indonesio tras erupciones volcánicas o tsunamis: “Allí aprovechan los materiales destruidos, como la piedra volcánica o la madera, para reconstruir. Es un ejemplo perfecto de resiliencia circular: la recuperación empieza con lo que la catástrofe ha dejado atrás.”
Instituciones, normativas y voluntad política
Preguntada por los casos recientes en Lorca o Murcia, Fornier lamenta que “todo está por hacer”. “Faltan protocolos claros, formación técnica y voluntad política para aplicar lo que ya se sabe. Hay un exceso de normas que no se divulgan ni se aplican. Y sin equipos interdisciplinares de verdad, cada crisis se gestiona desde el aislamiento.”
El futuro: divulgación y cooperación
“Mi reto es seguir. No perder la fe. Hay mucho por hacer y muchas oportunidades para hacerlo bien”, concluye. Fornier destaca la importancia de cooperar, educar y compartir conocimiento como pilares de una nueva cultura de la resiliencia. Una cultura donde la arquitectura, lejos de ser testigo pasivo, asuma un papel activo, transformador y esencial.


