
Sonia Hdez-Montaño, arquitecta especialista en bioconstrucción y arquitectura saludable. Fundadora del estudio Arquitectura Sana
Cuando pensamos en la contaminación del aire, solemos imaginar el espacio público, principalmente afectado por el tráfico rodado o por las emisiones del sector industrial. Sin embargo, la contaminación ambiental que más nos afecta es a la que estamos expuestos en el interior de los edificios de viviendas, oficinas o centros educativos, donde pasamos más del 90% de nuestro tiempo. Cada vez más evidencia científica confirma que determinados contaminantes presentes en el ambiente interior impactan en nuestra salud, especialmente en personas vulnerables como niños, ancianos, embarazadas o personas con enfermedades respiratorias, crónicas, cognitivas o degenerativas.
Contaminantes biológicos
Entre los principales contaminantes biológicos del aire interior se encuentran esporas de mohos, levaduras, bacterias, virus y alérgenos de ácaros, mascotas o insectos. Aunque en bajas concentraciones suelen ser tolerados por el organismo, en ambientes húmedos y mal ventilados pueden proliferar y alcanzar niveles que agravan asma, alergias y trastornos inmunológicos. Algunos mohos, por ejemplo, liberan micotoxinas que, tras exposiciones prolongadas, afectan al sistema inmunológico y nervioso, provocando afecciones respiratorias y alteraciones neurológicas.
La Legionella pneumophila, causante de la legionelosis, es el único agente biológico regulado en España (RD 487/2022); el resto cuenta con valores guía no vinculantes, lo que deja un vacío normativo en la protección de la salud.
La pandemia de COVID-19 evidenció el riesgo de una ventilación deficiente y despertó conciencia sobre la calidad del aire, aunque en muchos casos no se han implantado mejoras estructurales duraderas en su prevención y control.
Contaminantes químicos
Determinadas sustancias que se concentran en el aire interior pueden generar efectos sobre la salud. Se clasifican según su composición:
- Compuestos Orgánicos Volátiles (COVs): Sustancias con bajo peso molecular y alta volatilidad. Se emiten de pinturas, barnices, productos de limpieza, adhesivos, plásticos y mobiliario. El más común es el formaldehído, seguido por el benceno o los ftalatos. Pueden causar irritación ocular y respiratoria, dolores de cabeza y están asociados a efectos cancerígenos y mutagénicos.
- Compuestos Semivolátiles o Persistentes (SVOCs o COPs): Con menor volatilidad que los COVs, se emiten principalmente por sustancias biocidas, retardantes de llama, plastificantes y otros compuestos que se acumulan en el polvo doméstico. Su toxicidad es grave, ya que en general son persistentes y bioacumulativas. Una vez dentro del cuerpo humano suelen actuar como hormonas, afectando al sistema endocrino, reproductivo o inmunológico.
- Materia Particulada (PM): Son partículas sólidas o líquidas suspendidas en el aire. Las más preocupantes son las de diámetro inferior a 2,5 micras (PM2.5), que pueden penetrar en los pulmones y llegar al torrente sanguíneo.
Marco normativo y el futuro del etiquetado
La creciente preocupación por la salud en espacios interiores está impulsando importantes avances normativos. El nuevo Reglamento de Productos de Construcción de la Unión Europea introduce restricciones específicas sobre el uso de compuestos peligrosos en materiales de construcción y acabado, incluyendo emisiones de sustancias tóxicas, microplásticos, gases de efecto invernadero, materia particulada, radiaciones ionizantes y efectos sobre la toxicidad humana (tanto cancerígena como no cancerígena). El objetivo es garantizar que los productos no comprometan la higiene, la salud ni la seguridad de trabajadores, ocupantes o vecinos, especialmente en lo que respecta a la calidad del aire interior.
Uno de los pilares para lograr esta transición será el fortalecimiento del etiquetado y la trazabilidad de los materiales, a través de herramientas como la Declaración Ambiental de Producto (EPD). Estos documentos permiten evaluar el impacto ambiental de un producto durante todo su ciclo de vida, incluyendo sus emisiones al ambiente interior. Sin embargo, su utilidad depende de la capacidad de profesionales cualificados para interpretar estos datos y tomar decisiones responsables en el diseño, la prescripción y la ejecución de los proyectos.
¿Qué podemos hacer ya?
Actualmente ya es posible optar por materiales de construcción con menor carga tóxica, pero esto requiere exigir información clara a los fabricantes y dar prioridad a aquellos productos con transparencia certificada.
Adoptar soluciones más saludables no es solo una opción técnica o estética: es una responsabilidad ética. Desde la fase de diseño hasta la elección de productos de limpieza o mobiliario, cada decisión puede mejorar significativamente la salubridad de los espacios.
Promover una ventilación adecuada, evitar sustancias nocivas y fomentar el uso de materiales de bajo impacto toxicológico son pasos clave hacia un modelo de construcción más seguro, sostenible y centrado en la salud de las personas.
