Los últimos meses, y al margen de la palabra Trump, desgraciadamente un término se ha repetido y se seguirá todavía repitiendo durante mucho tiempo. Se trata de la DANA, que, a estas alturas, todo el mundo conoce a pesar de que, hace muy poco, nadie había oído hablar de ella ni sabía de qué se trataba. Ahora lo sabemos, aunque ese conocimiento se haya adquirido del modo más cruel y terrible. La Comunidad valenciana ha entrado, gracias y por culpa de la famosa “DANA”, por la puerta grande en la historia de las catástrofes de este país, que, sin estar en las listas top de catástrofes climatológicas, últimamente no para de recibir sorpresas dramáticas fruto, como no, de la indiscutible crisis climática.
Por Manel Farré, ex-director de Comunicación del Grupo Catalana Occidente
Pero cuando hablamos de catástrofes, hablamos de afectados. De personas anónimas que luchaban por tirar adelante, por crear o mantener su negocio, por crecer, por existir y/o subsistir, por cuidar de sus familias, de sus casas, de sus vidas. Cuando un fenómeno, más o menos imprevisible, se lleva todo esto por delante y arrasa las vidas de tantas personas, en la mayoría de los casos destrozando sus propiedades o, en el peor, haciéndolas directamente desaparecer entre olas de fango, agua torrencial y cualquier cosa que arrastra a su paso, entonces y sólo entonces, es cuando se cobra conciencia de la importancia de aquellas cosas que lo mejor que puede ocurrir es que no se utilicen. Hablo por supuesto de los seguros. Aquello que se sigue viendo mayoritariamente como un gasto y no como lo que es, una inversión en tranquilidad.
La DANA de Valencia, con su reguero de muertos ha dejado algo más que ríos de fango, casas y vidas destrozadas, ha dejado, en la superficie, la evidencia de que hay cosas que es improbable que ocurran, pero que a veces ocurren y que, si lo hacen, las consecuencias pueden ser pavorosas y, en el mejor de los casos, pueden dejar a familias enteras en la más completa ruina, en el peor, cobrarse vidas inocentes. Tras tantos reportajes, nos han quedado a todos en la retina imágenes de recuerdos insustituibles, irremplazables, fotografías o cuadros flotando sobre el agua marrón corriendo hacia la oscuridad a toda velocidad, las imágenes de esos vehículos amontonados unos sobre otros, formando una montaña de hierros retorcidos de un color uniforme, los que estaban nuevos y los que no tanto, en el triste estatus único de pura chatarra. La imagen dolorosa de esos muebles, que fueron en su momento cuidadosamente elegidos para ese lugar que ahora ha invadido el agua y después el silencio, amontonados y desbaratados como juguetes rotos que un niño abandona en un rincón y que dejan de tener su sitio porque, ese sitio, ya no existe.
No deja de sonar paradójico que solamente nos acordemos de la importancia de un seguro cuando vemos, si hemos tenido la suerte de no tener que vivirlo directamente, que estas desgracias pasan, y nos acordamos entonces de que, aunque por suerte DANAS suele haber pocas, son muchas las cosas que pueden ocurrir que podrían dejarnos sin aquello que tanto nos hemos esforzado en tener y mantener.
La vivienda se sitúa en primer lugar en las listas de las principales preocupaciones de la sociedad. Tener una vivienda, poder pagarla, mantenerla, disfrutarla, poder impulsar un proyecto de vida entre cuatro paredes que son nuestras… Y a pesar del valor que se le imputa a la vivienda, la catástrofe de la DANA ha puesto de manifiesto una realidad: muchas de las viviendas afectadas, y muchas son muchas, carecían de un seguro del hogar. Evidentemente un seguro no cubre todos los supuestos y, en los casos de catástrofes de esta magnitud, en caso de existir seguro contratado se activa una garantía, contemplada en todas las pólizas, por la cual a quien corresponde intervenir es al Consorcio de Compensación de Seguros, organismo del Estado que mayoritariamente se ocupa de estos esos casos y quien realizará las pertinentes indemnizaciones.
No puedo imaginar lo que tiene que ser perder a un ser querido en circunstancias tan terribles, pero tampoco la sensación de vacío e impotencia que debe de sentir quien lo ha perdido todo cuando pensaba que era un buen negocio o una buena inversión ahorrarse cien, doscientos o trescientos euros al año en un seguro del hogar, teniendo en cuenta, además, que en nuestro país las primas de este seguro se encuentran entre las más bajas de los países del primer mundo, sino la más baja.
La DANA, más allá de la dura lección que nos ha dejado de cómo de importante es no construir viviendas sin haber tenido en cuenta el riesgo de que el lugar no sea suficientemente seguro, nos ha dejado otras lecciones importantes, como la de construir con la mayor calidad- y en consecuencia con la mayor resistencia de la edificación posible- o la necesidad de prever, mediante una póliza de seguro, cualquier sorpresa que el destino nos tenga preparada. Confiemos en que no haya más DANAS en nuestras vidas. Mientras, por si acaso, una pequeña inversión en tranquilidad es, seguro, la mejor opción.
