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InicioConstrucciónContechCoFactory: un nuevo paradigma industrial para la construcción colaborativa

CoFactory: un nuevo paradigma industrial para la construcción colaborativa

Un espacio pionero que transforma la colaboración entre empresas en capacidades industriales compartidas

El Dato
El CoFactory, ubicado en Castellbisbal, cuenta con zonas de ensamblaje, corte, soldadura, pintura y almacenamiento compartido, adaptadas a módulos tridimensionales y con acceso logístico para tráileres industriales.

Contenidos

El primer CoFactory colaborativo de Europa redefine las reglas del juego en la construcción industrializada. Impulsado desde el Clúster de la Construcción Industrializada de Catalunya, este espacio pionero ofrece una infraestructura compartida para fabricar, ensamblar y cocrear soluciones constructivas. Cuatro voces clave analizan cómo este modelo colaborativo está transformando la producción, rompiendo barreras culturales y abriendo nuevas posibilidades para empresas de todos los tamaños.

Entrevista coral con Jorge Cuevas (arquitecto, con estudio propio y miembro fundador del CCiC), Carlos Mateu (director de Zarka), Ángel Jiménez (especialista en industrialización 4.0 en Zarka) e Ignasi Pérez Arnal (vicepresidente del Clúster de la Construcción Industrializada de Catalunya y CEO de Atommodular) analizan las claves del primer CoFactory colaborativo de Europa, una iniciativa que busca revolucionar la forma de fabricar, ensamblar y compartir soluciones constructivas.

La creación de un Co‑Factory supone un salto cualitativo en el ecosistema de la construcción industrializada. ¿Qué diagnóstico del sector motivó su puesta en marcha?

El diagnóstico fue compartido por varios de los agentes implicados en el desarrollo de soluciones modulares en Catalunya. Durante más de una década, iniciativas lideradas por arquitectos como Jorge Cuevas, junto con empresas como Zarka, habían trabajado en sistemas constructivos industrializados sin contar con una infraestructura común que permitiera el ensamblaje, la validación física y la producción colaborativa a escala real. Las dificultades para alquilar espacios de forma temporal, la imposibilidad de asumir grandes inversiones en infraestructura propia y la necesidad de construir con criterios industriales, pusieron en evidencia una carencia crítica: no existía un lugar físico para cocrear. En palabras de Ignasi Pérez Arnal, «lo que para otros sectores industriales es algo normalizado, como compartir instalaciones para prototipar y ensamblar, en construcción seguía siendo un lujo o una excepción». De ahí surge la necesidad de concebir un entorno de cofabricación que permita superar esa barrera estructural del sector.

En un contexto donde muchas iniciativas se centran en la digitalización, ¿por qué era urgente abordar el acceso físico a capacidades industriales compartidas?

La digitalización ha aportado herramientas clave para la planificación, el modelado y la gestión de proyectos constructivos. El uso de BIM, gemelos digitales o simulaciones de eficiencia energética han sido avances fundamentales. Sin embargo, los entrevistados coinciden en que la digitalización necesita una traducción física. “Puedes tener todo el proyecto modelado, saber el peso exacto de un módulo o la huella de carbono de cada material, pero si no tienes un espacio donde validar el ensamblaje o realizar pruebas a escala 1:1, la digitalización queda incompleta”, sostiene Pérez Arnal. Carlos Mateo aporta su experiencia desde Zarka: “Nos encontramos con proyectos donde todo estaba definido digitalmente, pero no sabíamos dónde construir, cómo coordinar a los diferentes proveedores ni cómo ensamblar las partes en un entorno controlado”. El CoFactory se convierte así en el eslabón físico que faltaba para hacer real lo que antes solo existía en la pantalla.

«Lo que para otros sectores industriales es algo normalizado, como compartir instalaciones para prototipar y ensamblar, en construcción seguía siendo un lujo o una excepción.»

Ignasi Pérez Arnal

¿Qué perfiles de empresas o agentes pueden formar parte de esta red colaborativa? ¿Cómo se articula su participación?

La visión es amplia y transversal. El CoFactory está abierto a empresas de distintos tamaños y especialidades, siempre que compartan una vocación industrial y colaborativa. Estudios de arquitectura con foco en sistemas prefabricados, empresas de estructuras metálicas, instaladores, diseñadores industriales, fabricantes de componentes técnicos, centros de investigación, entidades de formación profesional e incluso startups con soluciones tecnológicas. La participación se articula a través del Clúster de la Construcción Industrializada de Catalunya, que establece unos requisitos básicos como la adhesión al clúster y la aceptación de unos principios de trabajo compartido. Actualmente se están definiendo modelos contractuales que contemplen el uso del espacio por proyecto, el alquiler por horas o la reserva de zonas específicas según fases del trabajo. “Queremos que sea accesible, pero también que quien entre entienda que no es una nave al uso, sino un entorno de corresponsabilidad productiva”, explica Ángel Jiménez.

¿Qué criterios han guiado el diseño del espacio y su estructura de funcionamiento?

El diseño ha estado condicionado por las necesidades industriales de la construcción modular. Para empezar, se requería una nave con gran altura libre para permitir el trabajo con módulos tridimensionales y facilitar la operación de grúas puente o sistemas de elevación. También se ha priorizado la localización en un polígono con buena conexión logística: “En Castellbisbal hay hasta 17 polígonos industriales y una red viaria que permite el acceso de tráileres de gran tonelaje, fundamental cuando hablamos de transportar estructuras voluminosas”, destaca Carlos Mateo. A nivel interno, el espacio está compartimentado con lógica funcional: zonas de corte y soldadura, áreas de pintura, sectores de ensamblaje, áreas de almacenamiento temporal, y espacios de cocreación donde distintas empresas pueden colaborar en el mismo proyecto. Todo ello gestionado bajo una estructura horizontal y modular, que permita adaptarse a las necesidades cambiantes de cada encargo.

¿En qué medida se ha tenido en cuenta la escalabilidad y replicabilidad del modelo en otros territorios?

Desde el primer momento se planteó como un modelo replicable. Jorge Cuevas lo resume así: “El CoFactory no es un fin, sino un prototipo de ecosistema que puede adaptarse a cualquier territorio donde haya necesidad de producir de forma industrializada”. De hecho, ya se han iniciado contactos con otras regiones para estudiar la viabilidad de abrir nuevos espacios similares. La clave está en su flexibilidad: cada CoFactory puede tener dimensiones, operadores y lógica propias, pero basarse en los mismos principios. Jorge Cuevas pone el ejemplo de proyectos donde tuvieron que alquilar naves en lugares tan dispares como Dakar o Guipúzcoa para fabricar estructuras sanitarias o habitaciones de hotel: “Si hubiéramos tenido un CoFactory cerca, habríamos ganado en tiempo, costes y coordinación”. La replicabilidad es también una herramienta de democratización industrial: permite que pymes accedan a capacidades productivas sin grandes inversiones iniciales.

«Nos encontramos con proyectos donde todo estaba definido digitalmente, pero no sabíamos dónde construir, cómo coordinar a los diferentes proveedores ni cómo ensamblar las partes en un entorno controlado.»

Carlos Mateo

¿Cómo se gestionan los procesos de ensamblaje, fabricación y almacenamiento compartido dentro del CoFactory?

La gestión se basa en acuerdos específicos entre las empresas participantes en cada proyecto. En lugar de un modelo jerárquico, se aplica una lógica de gobernanza horizontal donde los roles se asignan por competencias y por fases del proceso. Cada empresa mantiene su especialidad y autonomía técnica, pero comparte recursos, información y planificación. «No es un entorno de subcontratación tradicional, sino de ensamblaje colaborativo donde las responsabilidades están claramente distribuidas pero interdependientes», explica Ángel Jiménez. Esto implica definir zonas de trabajo, establecer calendarios de uso compartido, garantizar protocolos de seguridad unificados y promover una comunicación constante entre los equipos. En cuanto al almacenamiento, se ha diseñado un sistema de zonas rotativas con tránsitos definidos para evitar la saturación del espacio y permitir una rotación ágil de materiales y productos semielaborados.

El modelo promueve un uso más eficiente de los recursos industriales. ¿Qué indicadores manejan para medir ese impacto?

Los impulsores del CoFactory están desarrollando un cuadro de indicadores que mide tanto la eficiencia operativa como la innovación generada. Se incluyen métricas como: número de metros cuadrados de superficie construida en el espacio, número de proyectos realizados, volumen de empresas participantes, ahorro logístico derivado de la fabricación centralizada, porcentaje de residuos evitados, tasa de reutilización de materiales, grado de digitalización de los procesos y reducción de emisiones. También se monitoriza la frecuencia de uso de maquinaria compartida y los tiempos de ensamblaje, con el objetivo de optimizar el rendimiento del espacio y la productividad colaborativa. «Lo que buscamos es demostrar que el CoFactory no solo es útil, sino mediblemente más eficiente que otros modelos de producción aislada», señala Pérez Arnal.

¿Cómo se integra el enfoque de sostenibilidad en el día a día del CoFactory? ¿Hay criterios de circularidad o descarbonización incorporados?

El compromiso con la sostenibilidad ha sido transversal desde el inicio. La elección del emplazamiento, el diseño del espacio, la gestión de los materiales y la propia filosofía del CoFactory responden a una visión de economía circular. «Aquí nada se improvisa ni se desperdicia. Cada pieza, cada módulo, cada componente está planificado para su montaje y también para su desmontaje futuro», destaca Jorge Cuevas. Esto implica utilizar materiales reciclables, sistemas desmontables, control de residuos, reducción de emisiones en transporte y eficiencia energética en los procesos. Además, se trabaja con herramientas digitales para contabilizar la huella ambiental de cada proyecto y simular alternativas más sostenibles desde el diseño. «El objetivo es que cada componente producido aquí tenga una trazabilidad completa y una certificación ambiental rigurosa, algo que será imprescindible en los próximos años», afirma Carlos Mateo.

«Queremos que sea accesible, pero también que quien entre entienda que no es una nave al uso, sino un entorno de corresponsabilidad productiva.»

Ángel Jiménez

¿Qué papel están jugando los clústeres, asociaciones sectoriales o administraciones públicas en este proyecto?

El Clúster de la Construcción Industrializada de Catalunya ha sido el gran impulsor de esta iniciativa, pero su desarrollo ha contado también con el apoyo de entidades públicas y privadas. Las asociaciones sectoriales han ayudado a difundir el proyecto, a captar empresas interesadas y a vincular la propuesta con otros ámbitos de innovación industrial. Las administraciones públicas, por su parte, han colaborado facilitando el acceso a suelo industrial, impulsando líneas de apoyo a la reindustrialización y mostrando interés en vincular el CoFactory a programas de vivienda pública y transición ecológica. «Nuestro objetivo es que este modelo se alinee con las grandes políticas europeas de descarbonización, digitalización y resiliencia productiva», concluyen.

¿Qué barreras culturales o estructurales persisten en el sector a la hora de adoptar modelos colaborativos de producción?

Los entrevistados coinciden en señalar que el principal obstáculo es cultural. La construcción sigue operando bajo una lógica de compartimentos estancos: arquitectura, ingeniería, fabricación y ejecución funcionan de manera secuencial y aislada. Además, persiste una mentalidad muy marcada por la propiedad de procesos y la competencia entre agentes. «Compartir espacios, información y decisiones no es fácil cuando vienes de un modelo tradicional donde cada uno protege su parcela», indica Ángel Jiménez. Otro reto es la asunción de responsabilidades técnicas compartidas: «¿Quién firma qué cuando hay varios implicados? ¿Cómo se reparte el riesgo?». Estas cuestiones requieren nuevos marcos jurídicos y contractuales, así como formación específica en modelos de gobernanza colaborativa. Pese a ello, los impulsores creen que el CoFactory es una palanca para acelerar ese cambio cultural.

¿Se contempla alguna fórmula de formación o transferencia de conocimiento vinculada al funcionamiento del CoFactory?

Sí, y no como una actividad secundaria, sino como un eje central. El CoFactory está concebido también como un espacio de aprendizaje y transferencia de conocimiento. Ya se están desarrollando programas de formación técnica para operarios, módulos de FP dual vinculados al montaje industrializado, talleres prácticos con universidades y jornadas de cocreación con fabricantes. La creación de un master… «Lo que queremos es que cada proyecto en el CoFactory sea también una oportunidad de aprendizaje colectivo. Que cada equipo que pase por aquí salga con más conocimiento del que tenía al entrar», señala Pérez Arnal. Además, se busca que el espacio funcione como una plataforma para testear nuevas tecnologías, validar prototipos y generar documentación técnica que pueda ser compartida con otros actores del sector.

«El CoFactory no es un fin, sino un prototipo de ecosistema que puede adaptarse a cualquier territorio donde haya necesidad de producir de forma industrializada.»

Jorge Cuevas

Un espacio, muchas respuestas

El CoFactory de Barcelona no es solo un nuevo lugar físico: es un modelo de relación entre empresas, técnicos y territorios. Su apuesta por la colaboración, la trazabilidad, la digitalización y la formación lo convierten en un referente para la nueva construcción industrializada. Y quizás, en el primer paso de una red que transforme de verdad la manera de construir en el siglo XXI. Los cuatro protagonistas coinciden en que el CoFactory no es solo un espacio físico, sino un modelo de cambio estructural en la forma de construir. Todos coinciden en que el CoFactory es una herramienta clave para industrializar desde el territorio, con lógica de red y vocación replicable, y que su éxito dependerá tanto de su capacidad técnica como de su capacidad para generar comunidad.

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