Este artículo y las imágenes que lo acompañan se basa en una entrada publicada en el blog oficial de la Sagrada Familia, donde se documenta el trabajo de los canteros. La información ha sido adaptada para su publicación en Construnews.com
En la Sagrada Familia, la apuesta por la tecnología tiene ya un largo recorrido. Hace años que se ha ido incorporando al trabajo con piedra, el principal material arquitectónico del templo, y hoy se aplica con intensidad y audacia en todo el proceso: desde la extracción en cantera hasta la producción final de las piezas.
Los antiguos sistemas manuales de extracción mediante cuñas han sido superados gracias, primero, a la dosificación controlada de explosivos y, más recientemente, a herramientas de corte avanzadas como el hilo de diamante. Estos avances permiten cortar y escuadrar los bloques con una precisión mucho mayor, optimizando su rendimiento. Pero el cambio más visible ha sido la incorporación de robots de corte: hoy son imprescindibles en el taller de la Sagrada Familia, ya que agilizan el proceso, aumentan la precisión y, sobre todo, alivian al cantero de la parte más dura del trabajo —el desbaste inicial—.
Gracias a estos sistemas, el cantero recibe una piedra rebajada a escasos centímetros de su superficie final, y puede concentrarse en la fase más artesanal y significativa: los acabados. Aquí es donde entra en juego el valor insustituible de su oficio. Porque por muy avanzado que sea el corte robótico, hay algo que solo puede hacer la mano experta del artesano: dotar a cada pieza de una textura, un ritmo, una calidez que no puede replicar ninguna máquina. El resultado es que cada sillar se convierte en una pieza única, irrepetible, muy alejada de un producto estandarizado.
Los acabados más pulidos o afinados se pueden facilitar con herramientas motorizadas modernas, pero las texturas con más relieve siguen requiriendo la intervención directa del cantero, con herramientas tradicionales que parecen sacadas de otro siglo. Su trabajo implica no solo destreza manual, sino una relación íntima con la piedra: son capaces de prever imperfecciones naturales con solo escuchar el sonido del contacto entre la herramienta y el bloque.
Gracias a esta dedicación, las piezas actuales logran integrarse perfectamente en una obra que lleva más de un siglo en construcción. Las nuevas piedras no desentonan con las antiguas: tienen la misma textura, la misma calidez, el mismo espíritu. Y eso es mérito de los canteros, que siguen imprimiendo en cada bloque su conocimiento, su sensibilidad y su oficio.
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