Antoni Gaudí no solo diseñó estructuras revolucionarias. También reinventó la manera en que la luz podía habitar un espacio sagrado. En la Sagrada Familia, las vidrieras no tienen un papel decorativo: son el alma luminosa del templo. A través de su color, posición y composición, transmiten emociones, refuerzan la verticalidad y narran el paso del día, de la vida… y del propio Cristo.
Este artículo y las imágenes que lo acompañan se basa en una entrada publicada en el blog oficial de la Sagrada Familia, donde se documenta el proceso de construcción de las vidrieras. La información ha sido adaptada para su publicación en Construnews.com
Superar el gótico desde la luz
Gaudí admiraba la arquitectura gótica, pero no dudó en superarla. Eliminó contrafuertes y arbotantes, que consideraba «muletas», y diseñó un sistema estructural arborescente que libera espacio interior. En cuanto a la luz, rompió también con la tradición.
Mientras que en las catedrales góticas los vitrales más intensos se situaban en lo alto —donde la incidencia solar era directa—, en la Sagrada Familia se hace lo contrario: los colores más vivos se sitúan abajo, cerca del visitante. Allí, los nombres de santos y santuarios pueden leerse fácilmente. En las zonas altas, en cambio, el vidrio es blanco, translúcido, para que el sol bañe las bóvedas decoradas con mosaicos y refuerce su verticalidad.

Vista del interior de la Basílica que muestra el contraste entre las vidrieras de colores intensos en la parte baja y los ventanales superiores con vidrio blanco
Luz simbólica: del nacimiento a la pasión
Gaudí tuvo en cuenta la trayectoria solar diaria. Por eso situó tonalidades frías —azules y verdes— en las vidrieras orientadas al este, por donde entra la luz matinal que ilumina la fachada del Nacimiento. En cambio, al oeste, en la fachada de la Pasión, los tonos rojizos y anaranjados evocan el ocaso y la muerte.
El templo se convierte así en un relato simbólico: al recorrerlo de este a oeste, el visitante revive el tránsito del día y de la vida. El color y la luz acompañan esa experiencia de recogimiento y contemplación.


Contraste entre las vidrieras de tonos fríos del lado del Nacimiento y los colores cálidos del lado de la Pasión, según la trayectoria solar.
Un espectáculo de colores durante los solsticios
Las vidrieras de las naves no solo tienen en cuenta la trayectoria solar diaria, sino también cómo cambia la luz a lo largo de las estaciones del año. El giro diario de la Tierra sobre un eje inclinado con respecto a la trayectoria del planeta alrededor del sol hace que los días se alarguen o se acorten. Esto hace que en el hemisferio norte haya más horas de luz en verano, ya que el sol sale antes del este, y menos en invierno, porque el sol se pone antes de llegar al oeste.
El espectáculo de colores del interior de la Basílica se intensifica durante dos momentos al año gracias, precisamente, a esta trayectoria solar y la exposición de la luz. En verano, al salir el sol antes del este, durante las primeras horas de la mañana los rayos solares entran de forma más directa por las vidrieras del lado del Nacimiento, casi perpendicularmente. En cambio, en invierno, al ponerse el sol antes de llegar al oeste, los rayos penetran rectos por las vidrieras del lado de Pasión. Véase el siguiente dibujo explicativo:

Este fenómeno se produce especialmente durante las semanas próximas a los solsticios: El 20 y el 21 de junio en verano y el 21 y el 22 de diciembre en invierno. Al ser los rayos tan horizontales y perpendiculares a las vidrieras, a las horas de salida y puesta de sol los rosetones se proyectan cada uno sobre las columnas y el
De la tricromía al vidrio emplomado
Gaudí aspiraba a una luz limpia y sin distorsiones, y por eso defendía el uso de un vidrio puro, sin esmaltes, pinturas ni ralladuras que restaran matices a la luz natural. Así lo recoge su discípulo Isidre Puig Boada en El temple de la Sagrada Família, donde explica cómo el arquitecto experimentó con un sistema innovador durante la restauración de la catedral de Palma de Mallorca: la tricromía, una técnica basada en la superposición de diferentes grosores de vidrio coloreado que permitía modular con precisión las tonalidades mediante ácido.
En 1999, el artista Joan Vila-Grau inició el diseño de las vidrieras contemporáneas de la Sagrada Familia, un encargo al que dedicó más de dos décadas. Aunque Gaudí había explorado la tricromía, Vila-Grau optó por trabajar con vidrio emplomado, una solución más adecuada a las exigencias actuales del templo. Esta técnica, que él dominaba con maestría, le permitió traducir la visión de Gaudí a través de un sistema compatible con los requisitos de ventilación, durabilidad y complejidad constructiva de la Basílica. Por encima de todo, Vila-Grau se definía como pintor, y ese enfoque artístico impregna cada una de sus composiciones en vidrio.
El uso del plomo no se limitaba a sujetar las piezas: también aportaba estructura, ritmo visual y fuerza expresiva a cada composición. En las zonas inferiores, el protagonismo lo tienen los colores vibrantes, que tiñen de luz el espacio interior. En cambio, en las partes altas, donde se emplean exclusivamente vidrios incoloros pero con texturas irregulares, es la propia variación de grosor la que descompone la luz blanca y la transforma en una gama sutil de colores. Así, sin necesidad de pigmentos, las bóvedas se llenan de reflejos en constante movimiento.
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