Las redes miceliales, el sistema nervioso del subsuelo, inspiran a arquitectos, urbanistas y científicos para diseñar una nueva arquitectura circular, biológica y resiliente. Desde exposiciones culturales hasta la ciencia de vanguardia, el micelio ya no es solo una metáfora: es materia prima para el futuro de la construcción.
Durante décadas, las redes miceliales fueron un tema marginal, a medio camino entre la botánica y la ciencia ficción. Para muchos, hablar de hongos subterráneos como sistemas de comunicación vegetal era una fantasía lisérgica, un residuo cultural de la contracultura hippie. Pero lo que en los años 70 podía parecer una alucinación provocada por LSD hoy forma parte de proyectos de investigación científica, desarrollo tecnológico e incluso propuestas de arquitectura avanzada.
Lo más fascinante del micelio es que lleva millones de años haciendo lo que ahora los humanos empezamos a imitar: construir, conectar, transformar y regenerar sin destruir. La arquitectura, un campo históricamente dominado por la técnica y la materia inerte, encuentra ahora en los hongos una fuente inesperada de inspiración para redefinir sus fundamentos.
La UE financia proyectos de materiales vivos autorreparables inspirados en redes miceliales

Una red subterránea y planetaria
El micelio es el cuerpo vegetativo de los hongos, un sistema de filamentos (hifas) que se extiende bajo tierra y puede ocupar extensiones gigantescas. Algunos estudios estiman que la red de micelio más grande del mundo, localizada en Oregón, cubre más de 9 km² y tiene una antigüedad de 2.500 años.
Esta red cumple funciones esenciales: descompone materia orgánica, transporta nutrientes, y establece relaciones simbióticas con las raíces de árboles y plantas, facilitando la comunicación bioquímica entre especies. Los científicos la han bautizado como el “Wood Wide Web”, una red de internet vegetal que redistribuye recursos y equilibra ecosistemas.
El micelio funciona como una red subterránea que conecta árboles, raíces y plantas, permitiendo la transmisión de nutrientes e información biológica.
De Star Trek al CCCB
La cultura popular no ha sido ajena a este fenómeno. En la serie Star Trek: Discovery, los guionistas imaginaron un motor de esporas miceliales como sistema de navegación interplanetaria instantánea. Aunque la idea parecía descabellada, la metáfora apuntaba a una intuición poderosa: la existencia de una red invisible, viva, que permite desplazamientos no convencionales.
En el plano cultural, espacios como el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) han explorado el potencial simbólico, social y ecológico del micelio. En la exposición Ciencia fricción. Vida entre especies compañeras, se abordó cómo estas redes redefinen nuestra comprensión del entorno natural, de las ciudades y de nuestras propias estructuras de conocimiento.
Star Trek anticipó el uso de esporas miceliales como propulsión estelar en su serie “Discovery”, abriendo la imaginación a modelos no convencionales de movilidad.

Biología que construye
En paralelo, universidades y empresas han empezado a trabajar con micelio como material de construcción. El principio es simple, pero ingenioso: se cultiva el micelio en moldes junto a residuos agrícolas (como cáscaras de cereal), y al cabo de unos días se obtiene un bloque sólido, ligero y completamente biodegradable. Este proceso no requiere altas temperaturas, emite muy poco CO₂ y no deja residuos.
El estudio neoyorquino The Living se hizo mundialmente conocido por su instalación Hy-Fi, un pabellón levantado en el patio del MoMA PS1 de Nueva York a partir de 10.000 ladrillos de micelio. No fue solo un gesto artístico, sino un manifiesto de lo que podría ser una arquitectura viva, que nace, crece y desaparece sin dejar huella.
De la arquitectura a la ciudad
Pero el micelio no solo sirve como material. Su lógica distribuida y resiliente ha captado el interés de urbanistas y pensadores del espacio. En lugar de planificar ciudades centralizadas y jerárquicas, ¿y si se diseñaran como ecosistemas miceliales? Es decir, redes donde la energía, los datos o el transporte fluyen por múltiples canales sin necesidad de nodos dominantes.
En esa línea, investigadores como Anna Dumitriu proponen modelos de “inteligencia no humana” aplicados al urbanismo: sistemas descentralizados, adaptativos, que aprenden de su entorno y responden con flexibilidad. Un urbanismo inspirado en las redes miceliales no solo sería más ecológico, sino también más democrático y resiliente.
Ciencia, técnica y visión de futuro
Desde el punto de vista técnico, los estudios científicos sobre biocompuestos miceliales son cada vez más numerosos. Según investigaciones recientes publicadas en arXiv, estos materiales presentan buena capacidad de aislamiento térmico, resistencia estructural media y un comportamiento interesante en procesos de autorreparación.
Además, su versatilidad permite aplicaciones en impresión 3D, recubrimientos, mobiliario urbano, paneles acústicos y más. Empresas como Ecovative Design y Biohm ya operan a nivel industrial, y se espera que antes de 2035 los materiales de micelio ocupen un segmento importante del mercado de la edificación ecológica.
Economía circular y compostabilidad
Uno de los aspectos más atractivos del micelio es su papel en la economía circular. Al ser un material local, cultivable, y compostable, permite cerrar el ciclo de vida del edificio. Puede crecer a partir de residuos agrícolas, ser transformado en un componente constructivo y, una vez concluida su vida útil, regresar al suelo sin contaminar.
En palabras del investigador Phil Ross, pionero en este campo, “el micelio no es solo un material, es una lógica de producción completamente diferente, una lógica que imita a la naturaleza y no la domina”.
Las propiedades regenerativas del micelio lo convierten en un pilar potencial de la economía circular aplicada al sector de la edificación.
Redescubrir lo invisible
Tal vez los hippies de los años 70 intuían —bajo los efectos del LSD o no— lo que la ciencia y la arquitectura están empezando a comprender: que el mundo está sostenido por redes invisibles, interdependientes y vivas. Las redes miceliales no son solo estructuras biológicas, sino metáforas potentes para una nueva forma de habitar el planeta.
Y es esa visión —freaky, visionaria y profundamente ecológica— la que hoy moviliza a una generación de arquitectos, diseñadores, ingenieros y pensadores que buscan en los hongos del subsuelo respuestas a los desafíos de la superficie. Porque quizá el futuro de la arquitectura no esté en las estrellas, sino justo bajo nuestros pies.
La arquitectura contemporánea empieza a incorporar biocompuestos de micelio en materiales de construcción, con propiedades térmicas y estructurales sorprendentes.















