
Toni Solanas i Cànovas, arquitecto
Desde tiempos remotos, la luz ha sido sinónimo de vida. En contraste, la oscuridad se ha asociado con la muerte, el miedo o lo desconocido. Pero entre estos extremos se despliega una rica paleta de matices: sombra, penumbra, claridad tamizada… La arquitectura no solo convive con esta dualidad, sino que la transforma y la modela. Luz y sombra son herramientas expresivas, funcionales y simbólicas a la vez.
En todos los climas y culturas, la arquitectura ha encontrado formas de tamizar la luz: para protegernos del calor, crear confort, o generar atmósferas. Las fachadas, celosías, aleros o persianas nos enseñan que la sombra es indispensable para revelar la luz. Y aunque la luz artificial ha transformado nuestra relación con los espacios, su poder físico y metafórico sigue siendo clave. Como escribió Luis Martínez Santa-María, la luz “tiene una capacidad de transfiguración que nos hace confundir la luz solar con la luz de las materias y de los hombres”.
Historia de un elemento esencial
Hace unos 350.000 años, el ser humano empezó a dominar el fuego, fuente primaria de luz y calor. Desde entonces, la historia de la arquitectura ha ido acompañada por el estudio de cómo entra la luz en los espacios habitados. El desarrollo de ventanas, lucernarios y claraboyas no solo responde a necesidades funcionales, sino también a la necesidad de conectar con el exterior, con la naturaleza y con el paso del tiempo.
La arquitectura moderna llevó esta búsqueda al extremo: desde las fachadas de vidrio hasta la vivienda entendida como espacio continuo y transparente. Pero este ideal luminoso requiere control climático y protección frente al deslumbramiento o el sobrecalentamiento. Ejemplos como la casa Farnsworth de Mies van der Rohe lo demuestran: transparencia sí, pero con un sistema técnico complejo detrás.
Luz y ciudad: entre la belleza y el derroche
A escala urbana, la luz artificial ha transformado nuestras ciudades. Las imágenes satelitales nocturnas revelan tanto las desigualdades globales como la concentración metropolitana de energía. La sobreiluminación urbana no solo genera despilfarro energético, sino también contaminación lumínica, pérdida de biodiversidad y problemas de salud.
El arquitecto Juhani Pallasmaa, en Los ojos de la piel, reivindica la penumbra y la luz tenue como fuentes de imaginación y ensoñación. Frente a la homogeneización del espacio y la iluminación intensa, aboga por una arquitectura que recupere la experiencia sensorial y el sentido de lugar.
Luz, salud y bienestar
Más allá de lo visual, la luz natural tiene un profundo impacto en nuestro bienestar físico y emocional. Está demostrado que la exposición solar regula nuestros ritmos circadianos y estados de ánimo. La falta de luz natural, sobre todo en climas fríos, se asocia con mayores tasas de depresión y trastornos afectivos.
No toda luz es igual. La luz solar tiene un espectro completo que no reproduce ninguna fuente artificial. La sensibilidad a estos matices se ha perdido en gran parte por el predominio de lo visual sobre lo táctil y lo atmosférico. Recuperar una arquitectura que potencie la luz natural, sin renunciar a su control, es una tarea urgente, especialmente en climas como el mediterráneo, donde luz y calor van de la mano.
Regulaciones y normativas
La evolución hacia modelos edificatorios más especulativos y dependientes de la iluminación artificial ha obligado a incorporar criterios normativos para garantizar el confort mínimo. En España, el Código Técnico de la Edificación (CTE) regula los niveles de luz natural y artificial desde distintos frentes:
SUA 4: Seguridad frente a riesgos por iluminación insuficiente.
HE3: Eficiencia energética en iluminación, con exigencias según uso (500 lux para zonas de trabajo, índice de deslumbramiento <19, reproducción cromática >80).
HS3: Ventilación obligatoria, aunque no regula explícitamente la luz natural.
Además, existen normas autonómicas como el Decreto de Habitabilidad catalán, que exige una superficie mínima de huecos (1/8 del espacio habitable) situados entre 0 y 2 metros de altura. Y ordenanzas municipales, como la del Área Metropolitana de Barcelona, que introducen superficies mínimas específicas por uso y tamaño de las estancias.
Sin embargo, muchas de estas normativas siguen siendo insuficientes. La luz natural, en tanto que elemento esencial del confort y la salud, merece una regulación más precisa y ambiciosa.

