
Octavi Mestre, arquitecto. Este artículo está basado en el capítulo “La enseñanza de la arquitectura” del libro La arquitectura como misterio.
La docencia en arquitectura no es solo un medio para transmitir conocimientos, sino una oportunidad constante para seguir aprendiendo. Explicar obliga a ordenar ideas, a expresarlas con claridad y a conectar con el alumnado de forma directa y útil. Un buen profesor no se limita a impartir contenidos: despierta el deseo de aprender y presta “alas” para que, algún día, los estudiantes puedan volar por sí mismos.
«En arquitectura se aprende por ósmosis, trabajando junto a quienes queremos que nos influyan.»
Quien enseña descubre que sus propias ideas se afianzan al tener que justificarlas y que la motivación es mutua: el entusiasmo de los alumnos alimenta el del docente. Por eso, incluso en una clase que no sea de arquitectura, una buena exposición puede abrir horizontes inesperados. Sin embargo, para dar una clase magistral, primero hay que ser maestro, y los maestros, como en cualquier oficio, son pocos. La influencia no se limita a las lecciones formales: se transmite también en los gestos, en la manera de resolver un problema o en la capacidad de afrontar lo imprevisto.
Esta transmisión por ósmosis recuerda a los linajes profesionales: de Távora a Siza y de Siza a Souto de Moura en Portugal; de Oíza a Moneo y de Moneo a Tuñón y Mansilla en España. O en los estudios internacionales como la AA de Londres o el de Koolhaas en Róterdam, donde generaciones de arquitectos han absorbido un mismo espíritu. El alumno que se acerca a un buen referente, aprende tanto del proceso como del resultado final.
Integrar teoría y práctica
Uno de los grandes errores de la enseñanza es disociar el proyecto de la construcción, o el diseño de la viabilidad económica. La experiencia en la ESARQ de la UIC confirmó que un proyecto solo es válido si es técnicamente posible y económicamente realista. Integrar desde el primer curso proyecto, estructuras, instalaciones y costes permite que la creatividad se apoye en una base sólida.
«La arquitectura es un todo, y entender su lógica constructiva y económica es clave para que llegue a buen puerto.»
Un ejemplo de aprendizaje práctico y colectivo fue el proyecto de 1987 para conmemorar el centenario de Le Corbusier. Un grupo de jóvenes profesores y 60 estudiantes construyeron una maqueta del Capitolio de Chandigarh de más de 40 m² a escala 1:200, junto a otras cuarenta maquetas de su obra. Durante meses, el taller se convirtió en una lección de liderazgo y gestión: conocer a cada participante, acompañarles en el esfuerzo, compartir logros y, sobre todo, hacerles partícipes de la visión global.
Esta actitud se trasladó después a la obra construida: no limitarse a entregar planos a cada oficio, sino explicar a todos el conjunto, para que comprendan que forman parte de un objetivo común. La construcción es un trabajo coral en el que, si un solo instrumento desafina, el resultado se resiente. Y como en el aula, la comunicación es vital: documentar, consensuar y repetir instrucciones evita costosos malentendidos.
La docencia también se enfrenta a un reto estructural: preparar a los arquitectos para un mercado cambiante y, a menudo, incierto. No basta con formar para un tipo de encargo, hay que estimular la adaptabilidad, la capacidad de aprendizaje autónomo y la disposición a explorar nuevas salidas profesionales, incluso fuera de las fronteras.
Viajar para construir la mirada
El viaje es, quizá, el gran maestro de arquitectura. Permite comparar culturas, comprender el contexto de las obras y descubrir que la disciplina es inseparable de la historia, la técnica y la vida cotidiana. Ver el Partenón al atardecer, emocionarse en Ronchamp, recorrer Machu Pichu o contemplar la sobriedad del Seagram Building aporta matices que ningún libro o fotografía puede transmitir.
«Las vivencias más decisivas no siempre están en un tratado, sino en momentos que conmueven todos los sentidos.»
En los viajes, la arquitectura se entiende no solo por su forma, sino por su luz, su clima, su relación con el entorno y el uso que la gente hace de ella. El amanecer tras el rosetón de Santa María del Mar, la contemplación de un jardín zen en Japón o la sombra exacta en un templo egipcio son experiencias que completan y enriquecen la formación.
El itinerario puede empezar cerca, cruzando la frontera para descubrir Europa, y ampliarse al Mediterráneo, América Latina o Asia. Cada lugar deja una huella: los templos mayas en Guatemala y México, las ciudades de la Ruta de la Seda, las catedrales góticas europeas o las villas de Palladio en Italia. Viajar permite comprobar cómo la arquitectura responde a su tiempo y a su sociedad, cómo se adapta o resiste, y cómo ciertos principios son universales.
En definitiva, enseñar, viajar y observar forman parte de un mismo proceso: el de construir una mirada propia. La enseñanza de la arquitectura, en su sentido más profundo, no es solo la transmisión de conocimientos técnicos, sino la formación de personas capaces de integrar teoría, práctica y experiencia vital para proyectar con sentido y conciencia. Porque la arquitectura, antes que nada, es vida construida.
Otras publicaciones relacionadas publicadas en Construnews
Octavi Mestre: “Las ciudades también se construyen con las palabras”
“Blanco”: Octavi Mestre recupera un artículo escrito hace 20 años como defensa de la libertad arquitectónica