A.Olle’Coderch, arquitecto, aparejador y fotógrafo cuántico. Coautor de las vidrieras del Mausoleo Metropolitano de Barcelona y de la exposición Domus Dei, conmemorativa del IX centenario del Monasterio de Sant Pau del Camp.
El texto original de este artículo estaba redactado en catalán.
Compaginando su praxis profesional como arquitecto y su etapa como Presidente de la Mancomunidad de Cataluña, Puig i Cadafalch permaneció fuertemente implicado en su tarea de rehacer el patrimonio arquitectónico que nuestras generaciones precedentes, desde una larga historia durante más de veinte siglos, nos habían legado en este País y que, a pesar de su potencia económica, permanecía en aquel aspecto bastante dañado y devastado debido a los incontables conflictos bélicos con sus vecinos y en especial a la virulencia con la que actuaron las tropas napoleónicas en su retirada peninsular.
Unas recientes reparaciones de elementos funcionales debidas al paso del tiempo han permitido que las vitruvianas condiciones de la “firmitas”, la “utilitas” y la “venustas” vuelvan a recuperar su magnificencia en este singular espacio del recinto monástico de Montserrat que es el claustro neorrománico, que en las tareas de reconstrucción de este enclave monumental de Cataluña, Puig i Cadafalch concluyó hace ahora cien años.
Ubicado en el corazón de los edificios, este claustro asume la función de resolver mediante una escenografía arquitectónica el vacío que servía de nexo de unión entre las zonas residenciales, el refectorio y las dependencias basilicales.
Mientras en funcionalidad totalmente desubicada y en apariencia meramente testimonial, del prístino gótico tan solo permanecen dos alas, es así como el neorrománico asume el rol de verdadero claustro completo e identificable del recinto. Su descripción física no extenderé, ya que es accesible en la red. Prefiero, parafraseando a los presocráticos en el paso del mito al logos mediante la concepción de los arjé con los que conceptualizaron la Physis, aludir al “aire” como el elemento que domina al resto. Tal como mencionó Anaxímenes, es quien atesora el principio y esencia de todas las cosas. Permitidme, pues, que no me refiera a lo que simplemente se ve y os transmita lo que, producto de una observación consciente, provocó el colapso de una función de ondas en una realidad documentable que con ojos cerrados sentí…
El claustro es el lugar donde la comunidad tiene un marco referencial con el paso del tiempo, debido al recorrido que cíclicamente el sol hace en sus paramentos. El solsticio de verano organiza su disposición, aunque adaptada a las preexistencias. Tres de sus muros están alineados con los puntos cardinales y su peristilo de veinticuatro arcadas remite tanto a las horas del día como a las etapas de la jornada monástica: mañana, mediodía, tarde y noche. Las esquinas coinciden con las oraciones en comunidad.
Asimismo, el doble intercolumnio responde a la regla de San Benito, ora et labora. Las arcadas de medio punto se entrelazan con una arquería superior ornamental que, al abarcar parte del antepecho, sugiere una apertura hacia lo espiritual, más allá de lo doméstico.
Los materiales del claustro evocan la acción del hombre en el territorio. Sobre la base rocosa y el peristilo de piedra se alza el paramento de ladrillo que define dinteles y planta superior, recordando las galerías porticadas de las casas solariegas catalanas. Las dos plantas expresan la dualidad de la existencia, como si camináramos sobre un alambre mientras la solidez de la construcción evoca la firmeza de las decisiones.
La planta cuadrada se adapta mediante una solución singular: un templete octogonal en el centro, donde brota la fuente de la vida. La transición del cuadrado al círculo simboliza el paso de lo terrenal a lo divino, reforzando la condición mariana del monasterio, imagen de la concepción de Cristo en el vientre de la Virgen.
El patio no se resuelve con la típica cuadrícula romana (cardus y decumanus), sino con un jardín romántico y exuberante, donde los árboles emergen de la roca. Esta imagen idílica y milagrosa prolonga la experiencia espiritual más allá de la geometría.
Ni el gótico ni el modernismo resultaban adecuados. El románico remitía a los orígenes del monasterio y al patrimonio fundacional de Cataluña. Su presencia en el claustro no debía ser meramente testimonial, sino protagonista. Era una afirmación de identidad nacional y una respuesta a la necesidad de concienciación histórica en un lugar central de la vida comunitaria.
Este juego de planos y transparencias no es solo un recurso estilístico: es una proclamación vital. El claustro sintetiza el concepto de la vida como experiencia vibracional, donde la arquitectura se convierte en metáfora de lo humano y lo divino.
Imágenes: Ei POiNT




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